De repente, me hallaba sumergida en la más profunda oscuridad y el frío era muy intenso.
Había agua por todas partes y yo, además, estaba empapada de lluvia.
Corría descalza y no sabía hacia dónde ni por qué. Sólo quería huir.
Huir de mí misma y de tí.
Temblaba.
Sentía vergüenza por haberme dejado llevar por la ira. Sabía que te había dicho cosas terribles
y que otra vez, mi ego, había ganado la batalla.
...Siento no poder decirte, mirándote a los ojos, que la ira siempre esconde algún dolor profundo como un pozo...
...Siento no tener el valor suficiente para decirte que el orgullo protege a lo más frágil de mi Ser tantas veces dañado...
En algún lugar de mi cuerpo, como un mundo, se abría una grieta.
De pronto, estaba en una habitación.
A mi alrededor, sólo había oscuridad.
Sentía que alguien estaba con migo. Tal vez fuera un ángel.
Entonces se abrió una ventana y me dí cuenta de que al mirar mi mano abierta, sobre la palma, había una mariposa blanca que voló a través de la ventana, de mi alma a tu alma y fue entonces cuando escuché una voz que claramente susurraba:
El gran peligro del corazón, es el amor
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